jueves, 25 de febrero de 2010

Capítulo XI: Silona despierta. A Cradum, Sirio y Nomir se les encomienda una magnífica misión

Al igual que un torrente discurre por una torrentera, las casas blancas de Tumer se desparramaban a lo largo del cauce de riachuelos que sólo cobraban vida durante una tormenta de agua que en contadas ocasiones caía, perlas en la arena, agua de caminantes vencidos y refugio insostenible.
Un águila real saludó a los viajeros con un graznido estridente.
Cradum se fijó en que las temperaturas eran más benignas, más o menos como pasar del aceite hirviendo al agua hirviendo, había dicho Nomir, al estar la aldea en una cara de la montaña donde debido a su forma hundida no pegaba el sol. El rey reluciente incluso había decidido esconderse bajo un manto de soledad y compasión, produciendo rayos de luz que rasgaban la cumbre de la montaña, que la formaba y que le daba vida propia, cautivando a los observadores.

Sirio caminaba delante, reflexionando sobre los próximos pasos a seguir. De repente frenó y señaló en dirección a un guardia que vestía un pintoresco uniforme rojo.
—La guardia silanesa —explicó lacónicamente.
Cradum y Nomir se miraron sin comprender.

Cradum era amnésico, había aparecido en una aldea como por arte de magia, y sólo recordaba fragmentos pequeños y dispares en su mente sobre su pasado, sin lograr a discernir si eran soñados o reales, hasta ahora siempre relacionados intrínsecamente con la supervivencia, nunca con su propio ser. Lo más extraño del asunto era que no lograba recordar ninguna lucha, donde demostraba precisamente sus dotes como mago, debido a que una furia fuera de las directrices normales moldeaba su alma y le empujaban a actuar, para volverse en nada tras la batalla.
En cuanto a Nomir, era un joven muchacho criado por su padre adoptivo, el posadero de un antro, según palabras del propio muchacho, que había conseguido infundir un odio vital en él hacia tal tipo de recintos, pues en él había visto todo tipo de decadencia humana, borrachos, pendencias, hurtos… y todo eso a pesar de que Naram tenía fama de pueblo tranquilo. Quitando lo dicho, no podía dejar de reconocer que la posada también tenía sus aspectos positivos, como eran las tardes que se pasaban los amigos disfrutando de su sincera camaradería.

Continuamos a la espera de que tome nuevo impulso, así lo ha afirmado la editora, la edición del libro, por lo demás seguimos con los comienzos de los capítulos en el blog

domingo, 7 de febrero de 2010

Capítulo X: Intereses perdidos

Cradum despertó asustado, solo, frío, vacío, una paz infinita, un agua que aliviaba su sed, una panacea del espíritu, así se sentía tras los recientes hechos acaecidos.
Se apercibió de quién era y de su lugar en el mundo, las nieblas que entumecían su cabeza fueron disipadas por un huracán y pudo darse cuenta de dónde se encontraba. Estaba acostado sobre un colchón mullido, ¡no!, sobre una capa de hierba, ¡tampoco!, se dio cuenta de que estaba sobre arena y grava, y a su alrededor: sólo roca desnuda y agrietada saludaba su despertar.
—¡Cradum! —dijo una voz que deslumbraba de puro contento —¡has despertado!
—Um, sí, bueno, ¿y qué espera...¡ay! —se llevó una mano a la cabeza.
Alguien le quitó la mano de lo que le pareció por el tacto una venda.
—No toques ahí, has sufrido una gran herida, ¡pero como siempre el gran Cradum ha salido vivo!
—¡No me digas! —exclamó mientras se incorporaba.
Nomir se erguía ante él, como ya sabía. Yermas montañas se extendían a su alrededor, castigadas por un terrible juez, el sol, que no permitía crecer ni una brizna de hierba, y que caldeaba el aire. Entonces notó el intenso calor, matizado por su manera de sudar profusamente.
—¿Dónde estamos? —inquirió mirando al paisaje con ojos entrecerrados.
Nomir se sentó a su lado.
—Seguimos en el macizo de Khalkist, sólo que ahora estamos cerca del desierto de La Muerte Tranquila. Las montañas actúan como barrera para la humedad, creando un desierto al otro lado. Pero todavía tenemos que atravesar esa montaña de ahí, dijo señalando con el índice hacia una gran mole gris de cuya cima se desprendían manojos de polvo beis —para alcanzar un poblado.
—¿Cómo sabes todo eso? ¿Si nunca has salido del pueblo? —bromeó Cradum, como venía siendo de costumbre.
—Fácil, Sirio me lo dijo —concluyó, tumbándose bajo una especie de oquedad en la roca que daba sombra, justo en el lugar donde habían instalado a Cradum.
—¿Dónde está?
—Allí —contestó señalando una pendiente, admirando el panorama.


Seguimos leyendo el comienzo de cada capítulo, a la espera de noticias de la editorial que no acaba de sacarlo, ya se que las cosas dwe palacio van despacio, pero se está haciendo eterna esta espera