martes, 16 de marzo de 2010

Capítulo XII: El Desengaño. Comienza una nueva etapa. La intrépida Alayne hace su aparición

Cuando ya llevaban recorridos unos cuantos pasos, de repente algo chocó contra Cradum. Sirio y Nomir vieron una estrafalaria chica que se encontraba en el suelo entre un revoltijo de prendas de llamativo color naranja, mientras que Cradum se disculpaba y la ayudaba a incorporarse.
—No se preocupe, señor, ha sido culpa mía —expresó ésta con aire avergonzado, un ligero rubor cubrió sus mejillas. Nomir pensó que se trataba de una comerciante cualquiera, pero pudo atisbar que Sirio no le quitaba ojo de encima, con aspecto receloso.
Tras despedirse de ella, Sirio le preguntó a Cradum, como quien no quería la cosa, si había llevado el saquillo con el oro que Alastaron les había facilitado. Cradum sonrió y metió la mano en los bolsillos de su atuendo ligero de algodón (tan cortesía de los magos como el dinero del que habían dispuesto hasta entonces) contrastando con el atuendo de cuero y seda negros que había decidido vestir Sirio, desafiando al calor. Nomir se preguntó en no pocas ocasiones cómo conseguiría no asfixiarse. De hecho a veces su piel presentaba un sospechoso tono rojizo. En estos pensamientos se hallaba inmerso el joven cuando la sonrisa de Cradum fue borrada de sopetón, a la par que un hilillo de sudor se descolgaba desde su calva, velada por un haz de asombro y comprensión.
Sirio no se paró a esperar, sino que rápidamente echó a correr en la dirección en la que la chica había escapado. Cradum y Nomir le siguieron tan pronto como se recuperaron de su estupor. Sirio pateaba como el rayo, apartando y esquivando a los transeúntes, saltando un puesto de fruta por aquí, pasando mediante una ágil voltereta debajo de un carro por allá… cuando sus compañeros se hubieron dado cuenta, su silueta era ya un retal de sombra filtrándose entre el populacho a lo lejos.
De repente llegaron a una zona densamente poblada, a una encrucijada. Sirio se quedó resoplando, mirando en todas las direcciones y separando los brazos del cuerpo en actitud indignada. Unas cincuenta varas le separarían de Cradum y Nomir, que casi le habían alcanzado cuando éste salió precipitado en alocada carrera de nuevo por la calle que se abría a su siniestra.
Cradum dobló la esquina y a tiempo estuvo de divisar un fragmento de seda negra revolotear al subir unas escaleras laterales de un edificio. Nomir le sobrepasó, pues al parecer se había dado cuenta antes, y sin pensárselo siguió con la persecución. Cuando llegaron arriba, Sirio estaba caminando sobre unos estrechos maderos que cubrían un jardín de parras, que se apiñaban contra los postes tratando de retenerlos con sus manos sarmentosas. La chica era visible ahora, corriendo callejón adelante, gracias a sus inconfundibles tonos anaranjados. Cradum saltó al primero y siguió la marcha. Nomir lo dio por imposible y decidió abandonar y dar el rodeo por las calles bajando de nuevo las escaleras.


Otro trozo más de este libro que no acaba de verse en papel