jueves, 21 de enero de 2010

Capítulo IX: Sobre la apasionante e increíble historia que acontece al grupo en el paso entre Peña Ubiña y Candemuelas

Un mes había pasado desde que Cradum y Nomir acordaran quedarse con Sirio. Kjata, como Sirio había predicho, no se dejó ver en todo ese tiempo, mientras que Nomir desarrollaba rápidamente sus habilidades con la espada bajo su tutela. El propio maestro veía cómo su alumno se iba aproximando a él día a día. El estilo de lucha, llamado taetsu, consistía en utilizar dos espadas, la más larga se empuñaba con la mano derecha del espadachín y la más pequeña con la izquierda, siendo preferible esta combinación y no al revés porque la mayoría de los enemigos que blandieran un arma serían diestros. A medida que se iba dominando el arte se hacía posible empuñar las espadas a la inversa, dándole prioridad al ataque. Pero aquel asunto aún estaba lejos del alcance del joven aprendiz.

Cradum, por su parte, se dedicó a la meditación, pasaba largas horas tumbado con la mirada fija en el cielo, o bien subía a un pico y contemplaba extendidamente el paisaje. La falta de acción hacía mella en su espíritu inquieto. Pero la modorra que le había atenazado aquellos días se había disipado cuando Sirio expuso sus planes para partir aquella misma mañana. Deberían alcanzar y atravesar el paso entre Peña Ubiña y Candemuelas mediada la tarde, para pasar la noche al otro lado. Esa jornada sería muy dura, sin lugar a dudas, y haría mucho frío.
Como fantasmas silenciosos, unas nubes algodonadas teñidas de rojo flotaban en el vacío, proyectando espectrales sombras, el sol estaba asomándose tímidamente al mundo.
Cradum sintió un aire frío nada más salir de la cabaña, heraldo de la gelidez que les esperaba, proveniente de un hielo profundo, localizado allá donde los pensamientos se perdían, donde el día tan sólo se vislumbraba, donde la vida era tabú, donde la hierba había dejado de existir, donde se escondían las tinieblas.
Sirio ya se encontraba preparado desde que la luna había alcanzado su cenit, se encontraba en un promontorio elevado, mirando al frente, con el pañuelo negro en la cabeza y con los ropajes también negros ondeando al viento en desgarradas vitelas de oscuridad, parecía el cabecilla de aquella confabulación abismal.
Nomir se sentía exultante, ese día podría poner a prueba lo aprendido, confiaba en que les asaltasen unos ladrones, alguna criatura salvaje, e incluso Kjata, aunque era probable que ya no estuviera por allí. Tanto él como Cradum le habían hecho caso a Sirio y no habían roto la intimidad de su campamento, y como Sirio había prometido no los atacó, si bien a nadie pasó desapercibido que éste se había asegurado de dormir siempre junto a una de sus espadas ya desenvainada.


No acaba de estar el libro para su salida, pero sigo poniendo los comienzos de los capítulos, Peña Ubiña existe en el concejo de Aller y es una licencia que se permite el autor, Candemuelas también que está en León

domingo, 3 de enero de 2010

Capítulo VIII: Del General Crakim y su regreso a Démini

Dos figuras cabizbajas habían alcanzado Démini hacia la madrugada, con nadie se habían cruzado en las calles de aquella onerosa ciudad, excepto con un perro vagabundo y dos gatos solitarios. Era peligroso caminar por sus calles a esas horas, Crakim lo sabía, pero no le dio importancia, el caso era que había fallado, y no podía darle la vuelta, había dejado escapar a su objetivo.
Crakim había servido en el ejército de la ciudad desde que tenía memoria. Nunca se le facilitó información acerca de sus progenitores, sólo se le dijo que el emperador Beric, el primero de su nombre y padre de Faric, había solicitado el primer hijo varón de cada familia para criarlo y cubrir futuras demandas de soldados, puesto que las fuerzas de la ciudad habían quedado muy mermadas tras la Guerra de la Sucesión contra Valya. El nombre vino debido a que el Gran Maestre Eleossar II murió por causas desconocidas, y su hijo, el Gran Maestre Eleossar, el tercero de su nombre, ascendió al trono sucediéndole, y baste decir que su política era de total hostilidad contra el Imperio humano vecino: Démini. Y desde que había subido al trono, hacía unas tres decenas de años, no habían cesado las trifulcas fronterizas, ni tampoco las incursiones, como si el Gran Maestre tantease con dedos afilados, buscándole las cosquillas a Démini.
La Guerra de la Sucesión contó con una gran batalla de la que ambos bandos salieron diezmados. Unas lluvias torrenciales como no se habían visto en siglos anegaron los campos de batalla. Los carros se hundían, los caballos avanzaban muy lentamente, la pólvora se humedecía, las máquinas de guerra se hundían en los cenagales, la infantería apenas veía lo que tenía delante… Y tras ello vinieron unos años de calma durante los que las dos naciones aguardaron para recuperarse de sus heridas.

Continuamos leyendo el comienzo de cada capítulo