jueves, 25 de noviembre de 2010

Capítulo XXV: Un alma es despedida con oraciones y lamentos

Erik avanzaba en la vanguardia. Esa mañana habían rebasado el eje del Macizo de la Nieve Eterna por su región más occidental, donde su altura era menor y los pasos estaban transitables hasta en lo más crudo del invierno. El océano rugía por debajo de los pronunciados acantilados en mares de espuma y fulgor blanco, exigiendo justicia a la dura roca, golpeada por siglos de humildad y remisión. Una ventisca había caído, fría incluso para principios del otoño. El granizo y el aguanieve se colaban entre los ojos de forma intermitente. Nubes grises de furia y lamentos de la naturaleza amenazaban con descargar su magnificencia contra el mundo. Una capa de nieve a medio derretir cubrió el suelo, como si se tratase de una capa de harina espolvoreada. Las margaritas morían bajo la voluntad del heraldo del invierno. Una tierra tan antigua como las estrellas, una tierra más antigua que la luz del sol.
Erik sabía que su destino, la pequeña aldea de Tilremnist, no se encontraba lejos. Se trataba de la más nórdica en el Oeste de Bardana.
Se desviaron tierra adentro. Los árboles caducos les abrazaron con ramas desnudas y retorcidas. Un lobo aulló en los picos lejanos al tiempo que un precioso lago reflejaba la nieve recién caída que se había posado sobre un pico cercano, aparecido tras un desgarrón en la tormenta.
Teller observaba sin cesar a los prisioneros que llevaban atados de pies y manos, amordazadas las bocas y ciegos los ojos por cintas de oscura tela negra. No podía dejar de pensar en el destino que su impasible hermano les tenía deparado. Eran sujetados como fardos de carga por tres hombres de larga pelambrera y barba trenzadas, estilo de los hombres de Bardana. Un cuerno resonó lúgubre en lo alto de una cima. Las nubes volvían a cubrir el cielo de maldiciones silenciosas, mientras un águila real se escondía entre los peñascos.

Ya hace dos años que la editorial dijo que se iba a publicar este libro pero aún no lo ha hecho,este capítulo XXV es el último de este libro, el autor ya tiene un segundo registrado y está trabajando en otro más, esperemos que no se demore mucho más su publicación

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Capítulo XXIV: Valya, dudas y traiciones

El Gran Maestre Eleossar III se hallaba sentado en su trono de la fortaleza de Valyndhal. Sus nudillos golpeteaban impacientes en el reposabrazos metálico mientras descansaba su cabeza sobre su palma abierta. Sus piernas se encontraban cruzadas, su larga y plateada pelambrera llovía sobre sus hombros mientras interrogaba con sonrisa astuta a sus comendadores.
Se encontraban en una gran sala rectangular, plagada de intrincados tapices, columnas y arcos tallados al detalle con enredaderas y flores diversas. El trono de alto respaldo, de unos tres hombres de altura, estaba guarecido bajo un gran estandarte que colgaba desde el techo, estrecho, largo y rematado en V. Un estandarte que mostraba una bella composición de espinos verdes y lirios negros que enmarcaban a una homóloga flor, también negra, grande y vistosa en el centro. Una cruz roja como la sangre se materializaba detrás de esta corona de flores, consistente en dos delgadas líneas, sencilla y elegante, pero fuerte en su simpleza.
Un oficial ataviado con una armadura negra que sujetaba un monstruoso yelmo se encontraba arrodillado cercano a los escalones que llevaban al trono. Su larga pelambrera caía casi hasta el suelo, oscureciéndole el rostro. Su compañero, más estilizado y esbelto, de facciones agudas y de pelo corto y negro, se hallaba a su lado, también arrodillado sobre una pierna, mostrando respeto.
El silencio era sólo roto por el repiqueteo de Eleossar III.
—Está bien, Alexander, ¡buen trabajo! —premió Eleossar sin demasiado ímpetu, entrelazando sus manos —puedes retirarte. Mañana partirás para cumplir con tus nuevas órdenes.
—Así lo haré, su Majestad —dijo el individuo de la llamativa armadura —se incorporó, realizó una profunda reverencia, se cruzó y se dirigió con pasos disciplinados hasta la puerta de madera tallada. Un guardia le abrió permitiéndole el paso.


Otro comienzo de capítulo y más días sin saber cuando se editará el libro, la espera desespera