jueves, 25 de noviembre de 2010

Capítulo XXV: Un alma es despedida con oraciones y lamentos

Erik avanzaba en la vanguardia. Esa mañana habían rebasado el eje del Macizo de la Nieve Eterna por su región más occidental, donde su altura era menor y los pasos estaban transitables hasta en lo más crudo del invierno. El océano rugía por debajo de los pronunciados acantilados en mares de espuma y fulgor blanco, exigiendo justicia a la dura roca, golpeada por siglos de humildad y remisión. Una ventisca había caído, fría incluso para principios del otoño. El granizo y el aguanieve se colaban entre los ojos de forma intermitente. Nubes grises de furia y lamentos de la naturaleza amenazaban con descargar su magnificencia contra el mundo. Una capa de nieve a medio derretir cubrió el suelo, como si se tratase de una capa de harina espolvoreada. Las margaritas morían bajo la voluntad del heraldo del invierno. Una tierra tan antigua como las estrellas, una tierra más antigua que la luz del sol.
Erik sabía que su destino, la pequeña aldea de Tilremnist, no se encontraba lejos. Se trataba de la más nórdica en el Oeste de Bardana.
Se desviaron tierra adentro. Los árboles caducos les abrazaron con ramas desnudas y retorcidas. Un lobo aulló en los picos lejanos al tiempo que un precioso lago reflejaba la nieve recién caída que se había posado sobre un pico cercano, aparecido tras un desgarrón en la tormenta.
Teller observaba sin cesar a los prisioneros que llevaban atados de pies y manos, amordazadas las bocas y ciegos los ojos por cintas de oscura tela negra. No podía dejar de pensar en el destino que su impasible hermano les tenía deparado. Eran sujetados como fardos de carga por tres hombres de larga pelambrera y barba trenzadas, estilo de los hombres de Bardana. Un cuerno resonó lúgubre en lo alto de una cima. Las nubes volvían a cubrir el cielo de maldiciones silenciosas, mientras un águila real se escondía entre los peñascos.

Ya hace dos años que la editorial dijo que se iba a publicar este libro pero aún no lo ha hecho,este capítulo XXV es el último de este libro, el autor ya tiene un segundo registrado y está trabajando en otro más, esperemos que no se demore mucho más su publicación

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Capítulo XXIV: Valya, dudas y traiciones

El Gran Maestre Eleossar III se hallaba sentado en su trono de la fortaleza de Valyndhal. Sus nudillos golpeteaban impacientes en el reposabrazos metálico mientras descansaba su cabeza sobre su palma abierta. Sus piernas se encontraban cruzadas, su larga y plateada pelambrera llovía sobre sus hombros mientras interrogaba con sonrisa astuta a sus comendadores.
Se encontraban en una gran sala rectangular, plagada de intrincados tapices, columnas y arcos tallados al detalle con enredaderas y flores diversas. El trono de alto respaldo, de unos tres hombres de altura, estaba guarecido bajo un gran estandarte que colgaba desde el techo, estrecho, largo y rematado en V. Un estandarte que mostraba una bella composición de espinos verdes y lirios negros que enmarcaban a una homóloga flor, también negra, grande y vistosa en el centro. Una cruz roja como la sangre se materializaba detrás de esta corona de flores, consistente en dos delgadas líneas, sencilla y elegante, pero fuerte en su simpleza.
Un oficial ataviado con una armadura negra que sujetaba un monstruoso yelmo se encontraba arrodillado cercano a los escalones que llevaban al trono. Su larga pelambrera caía casi hasta el suelo, oscureciéndole el rostro. Su compañero, más estilizado y esbelto, de facciones agudas y de pelo corto y negro, se hallaba a su lado, también arrodillado sobre una pierna, mostrando respeto.
El silencio era sólo roto por el repiqueteo de Eleossar III.
—Está bien, Alexander, ¡buen trabajo! —premió Eleossar sin demasiado ímpetu, entrelazando sus manos —puedes retirarte. Mañana partirás para cumplir con tus nuevas órdenes.
—Así lo haré, su Majestad —dijo el individuo de la llamativa armadura —se incorporó, realizó una profunda reverencia, se cruzó y se dirigió con pasos disciplinados hasta la puerta de madera tallada. Un guardia le abrió permitiéndole el paso.


Otro comienzo de capítulo y más días sin saber cuando se editará el libro, la espera desespera

sábado, 16 de octubre de 2010

Capítulo XXIII: Que trata de las aventuras que acontecen a Sirio y a Cradum tras escapar de Silona y de otras grandes historias dignas de ser relatada

Sirio y Cradum aparecieron a un puñado de leguas al Este de la ciudad de Silona. El resultado fue similar al que se tendría atravesando un espejo fino, de ser posible tal proeza, viéndose de golpe y porrazo sumergidos en el mundo tras sus cortinas. Las montañas cenicientas de la Sierra Gris eran perfectamente visibles desde su posición. No eran tan imponentes como las nevadas montañas de la cordillera de Khalkist, pero aún así se veían como gigantescos colosos verdes rematados por despobladas peñas del color que les daba nombre. Tenían ante sí unas bonitas llanuras salpicadas de colinas y monte bajo. Los árboles caducos crecían en grupos en los taludes y huecos entre las elevaciones. Los jilgueros entonaban su cántico y el sol les calentaba, aunque la brisa era más fría de lo que recordaban de su estancia en la capital, heraldo del otoño incipiente. El cielo era azul y escasas nubes se apilaban lejanas por encima de la Sierra Gris, pero la luminosidad era menor que en aquellos días de pleno verano en los que se habían paseado por las calles de Silona, en los que habían caminado al lado de Nomir.
Tras ponerse discutir brevemente el camino a seguir, tarea harto sencilla, puesto que Dredis había tenido el detalle de dejarlos exactamente sobre el propio camino, ambos se enfrascaron en un asombroso mutismo mientras se dirigían hacia el Este, Sirio encabezando la marcha. Nadie tenía ganas de hablar, incluso el otrora optimista Cradum había mudado su jovialidad por un hálito de amargor

Para Cradum la situación se recrudecía, puesto que se dirigía hacia un destino que no estaba seguro de querer desvelar. Para Sirio el asunto tampoco era baladí, pues la misión que le había encomendado Dredis le acercaba a las cadenas de las cuales había huido, a un lugar para siempre maldito en su pensamiento.
No se podría decir con facilidad cuántas horas caminaron de esta guisa, mas debieron de ser muchas, puesto que el sol comenzaba a descender en el horizonte, cegándolos con sus rayos cobrizos como cabello de ángel cuando se volvían para mirar a sus espaldas, vigilantes por si divisaban a alguna tropa silanesa que hubiera partido en su busca


Ahora no solemnete está parado el libro si no la propia editorial. aquí tenemos el comienzo de un capítulo más

lunes, 27 de septiembre de 2010

Capítulo XXII: La montaña Soledad, escenario de secretos y traiciones

Cabalgó toda la noche.
Al poco rato del amanecer se cruzó con el caballo de Negor y Kyrie, que avanzaba trotando con tranquilidad. Alastaron se dirigió hacia él y desde su misma montura le agarró de las riendas obligándolo a detenerse.
—Tranquilo amigo, ¿adónde vas tan deprisa? —dijo mientras acariciaba al animal —tenemos que recuperar a nuestros compañeros —continuó mientras dirigía su mirada hacia lo alto de la montaña Soledad, amenazadora mole de roca negra clavada en la tierra.
Instantes más adelante percibió una sensación rara en el ambiente, una sensación similar a la causada por un leve temor súbito e irracional, como el que se podía tener cuando se padecía un extraño sueño. Alastaron posó sus pies en tierra y caminó unos pasos. Una leve arenilla blanca era arrastrada por el viento. Tomó un pequeño puñado y lo olisqueó, para lanzarlo con una maldición instantes después. Aquello olía a arte oscuro, olía a nigromancia.

Cuando Alas llegó a la base de aquella roca gigantesca, le sorprendieron las extrañas rocas que se esparcían sobre el terreno. Eran negras, irregulares, de una textura tal que parecía como si hubiesen sido extraídas de un horno hirviendo antes de solidificarse, como gritos lastimeros de la montaña.
No le costó mucho averiguar el camino que habían seguido sus compañeros. Tras atar a las monturas a la base de una roca chamuscada, conjuró una esfera de luz como había hecho su alumno, que flotó medrosa a su alrededor. ¿En qué estaba pensando Negor? ¿Acaso había perdido la cabeza? ¿No era consciente del peligro que entrañaba para Kyrie y para el propio mundo el llevarla hasta allí?

Cuando resurgió de las profundidades de la roca, una intensa lluvia se cernía sobre él. Su túnica no tardó en empaparse colgando pesada sobre sus hombros, mientras que su capucha se le pegaba sobre la cara, obstruyéndole la visión. Decidió echársela hacia atrás porque ya no podría estar más mojado. Sentía como si llevase un océano en cada bota, los arroyuelos caían desde las alturas arrastrando piedra y barro gris. En ocasiones se hacía difícil averiguar por dónde continuaba el camino.
Cuando ya llevaba un buen rato de ascenso, un vendaval que una persona normal no hubiera apreciado le sacudió, casi tirándolo al suelo de la sorpresa. Alastaron desvió su mirada al instante hacia la cima: dos fuerzas mágicas habían hecho acto de presencia.



Ahora y debido a procesos de reestructuración editoriales se demora la pùblicación del libro que ya estaba demorada, otro comienzo de capítulo os dejo aquí

jueves, 9 de septiembre de 2010

Capítulo XXI: La dama del vestido de noche

Negor y Alas recuperaban el resuello contemplando la entrada del bosque cerrarse del todo mientras briznas de hierba revoloteaban alrededor. Una lechuza ululó en el interior de la maraña de árboles.
—¡No lo entiendo! —bramó Alas escupiendo pedazos de hierba y sacudiéndose la cabeza de ramitas —todo ha ido bien hasta la recta final. Me pregunto qué habrá en este bosque, qué enorme secreto esconderá y por qué motivo se ha vuelto en nuestra contra.
Negor recordó el libro que había robado. ¿Sería posible que…?¿y la lechuza que habían encontrado?¿entonces el oso era…?¡no!, era totalmente imposible, se obligó a desechar aquella endiablada idea. Pero esos escrutadores ojos que le habían dejado sin aliento… esos ojos que habían recolectado el conocimiento de los árboles y de los secretos que se agazapaban bajo el silencio del denso dosel de palabras caducas, en lo más recóndito de las guaridas del bosque, allí donde moraban fantasmas decrépitos…
—¡No lo entiendo! —reiteró enfadado Alas mientras adecentaba bruscamente a Kyrie, rompiendo los pensamientos de su alumno —en cualquier caso será mejor que nos alejemos lo máximo posible de aquí antes de que caiga la noche —se llevó dos dedos a la boca y silbó —bueno, espero que el hechizo haga efecto y que nuestros caballos regresen pronto ¡adelante!



La publicación de este lbro es como el cuento de la buena pipa, si peor no se acaba de producir, sigo dejándoos el comienzo de los capítulos

miércoles, 18 de agosto de 2010

Capítulo XX: Tres Figuras Caminan hacia el Sur

“La tarde muere, la triste conciencia se esconde, recuerdos no vividos surcan la ambición arrastrados por el viento, la tranquilidad infame embargaba a un alma escondida en lo más recóndito de mi espíritu.
La luz atenuada clareaba mi ego, ojos entrecerrados, calor en mi piel, imágenes de tiempos pasados atacaban mi mente todos a la vez, tratando de volver a vivirse, sin éxito. La ancha llanura, la hierba seca de verano, un olor a tierra seca, un ir que nunca fue y una eternidad finalizada. La monotonía de aquellos parajes era relajante, parecía que el tiempo se hubiese detenido, y que allí estaba yo en medio de un cuadro condenado a no ser contemplado.
Podía ver alguna encina dispersa, como si de guardianes de madera se tratasen, vigilando aquellos solitarios parajes. Una colina de suave pendiente cobraba forma delante de mí, coronada por un cielo de un intenso azul claro. En esos momentos pensé que me gustaría quedarme allí, no sólo unos días sino una o varias eternidades. En efecto una buena temporada de reflexión me permitiría atar mis ideas, puesto que el mundo se abalanza sobre mí, no sé quién soy, y he olvidado a dónde voy.
Antes la magia era mi única amiga, el estudio en mi acogedor rincón lleno de libros, esas noches que me pasaba leyendo por placer o perfeccionando algún conjuro, ese vaso de cerveza que bebía observando por el ventanuco al exterior. Recuerdo el castaño que crecía fuera, primer peldaño del bosque que se extendía más allá. Divisaba la difuminada pero intensa luz de las casas del pueblo apagarse, sentía el olor a cera de las velas que me iluminaban y respiraba el agradable olor a papel húmedo de los sitios cerrados; y después del breve refrigerio continuaba mi labor hasta avanzadas horas de la noche. Aquello era lo único para lo que vivía ¡cómo anhelo mi tierra!, y sin embargo cómo la odio, me da la sensación de que nunca volverá a ser lo que era. Pero lo que es seguro, es que nunca mientras viva dejaré de sentir la atracción que el sitio donde crecí ejerce sobre mí, y que aprovecharé cada remanso que se presente en mi vida para entregarme en sus sabios brazos, y que así ha de ser y será hasta que mi mundo me sea arrebatado.


Otro comienzo de capítulo y más días sin publicarse el libro, se hace eterna la espera

viernes, 30 de julio de 2010

Capítulo XIX: Una batalla que cambiaría Tanuiitt

Faric se paseaba nervioso de un lado a otro de las murallas con sus manos enlazadas a su espalda, el paisaje que veía era desolador, la desmoralización había sacudido los cimientos de su ejército, asestando un violento golpe que había agrietado las columnas de sus esperanzas.
Debajo, los soldados corrían de un lado para otro mezclándose con los ciudadanos, que colaboraban trayendo aceite para hervir, hachas y otras herramientas. En las casas de guardia hervían filas interminables de voluntarios, que reclutaban a milicias y les asignaban unidades y números. Más allá de la protección de las murallas beiges se extendían unos parajes de colinas y llanos, que ostentaban colores amarillentos, pues el verano había secado los cereales. Y más allá aún el horizonte se fundía contra una noche artificial. Era cerca del mediodía, y sobre la ciudad brillaba un sol que no calentaba, que enviaba una luz deslucida, como si bajo el cielo hubiera aparecido una delgada pátina de hielo, y más allá una oscuridad suprema reinaba por encima del ejército que se acercaba. Pero no era una oscuridad como a la que Nomir, Sirio y Cradum se habían enfrentado en las minas, densa y húmeda, ésta era un oscuridad clara, vacía, que no oprimía, pero que sí aterraba, una plaga sin rumbo, un veneno sin antídoto, una noche sin estrellas.


El libro sigue sin noticias de cuando se publicará, mientras el tiempo continúa transcurriendo, pongo el comienzo del siguiente capítulo, el autor acaba de leer una tesis sobre captación de gases de efecto invernadero con lo que puede disponer de más tiempo para escribir ya que el último año trabajaba e iba a la Universidad a diario

martes, 6 de julio de 2010

Capítulo XVIII: Démini rompe su letargo

Sus oficinas se encontraban en la planta más alta del castillo, en una zona solitaria. Silanius prefería la tranquilidad de ese departamento para llevar a cabo sus tareas de Administración del Imperio. En aquella temprana parte del día, la luz era escasa y toda la zona se encontraba sumida en la penumbra. Por la noche, la situación empeoraba notablemente, y era necesario portar una antorcha, pues ninguna se instalaba en las paredes de aquellas solitarias dependencias. El frío y la soledad pondrían los nervios a flor de piel del más avezado guerrero. Sin embargo, a Barem Silanius parecía no importarle, y no era infrecuente hallarlo sumido en sus deberes amparado en la luz de las velas y los candelabros, con sus anteojos puestos, su pipa humeante a su lado, y el velo de la oscuridad, cuyo silencio sólo se quebraba por el sonido de hojas revueltas y por los arañazos de las alimañas nocturnas.
Sus pasos resonaban en la roca vacía del pasillo que recorría. Cuando se detuvo ante la puerta, no fue necesario usar el tirador, esta se encontraba abierta de par en par, pues tan holgada era la quietud de los alrededores.
Crakim entró y se encontró ante una sala de considerable tamaño plagada de estanterías, libros, papeles en aparente desorden, telarañas, polvo, olor a cera y cuero viejo, y unas escaleras que llevaban a una buhardilla superior. Al no hallar allí abajo a Silanius, decidió mirar en la buhardilla. Ascendió con paso vacilante sobre unos escalones cuyos huesos crujían a cada paso, amenazando con venirse abajo en cualquier momento dando una desagradable sorpresa al caminante solitario.

Justo antes de alcanzar el piso superior, una cabeza se asomó por la trampilla.
—¡Crakim! —indicó Silanius, aparentando estar alarmado mientras agitaba un bastón —¡por Takami!, ¿quieres matarme de un susto? ¿A qué viene colarte aquí como los ladrones?
—El susto me los has dado tú a mi —rió Crakim —si no trabajases en un sitio tan recóndito no me haría falta entrar aquí. ¡Si da miedo hasta hablar, por si acaso el silencio se sintiese ofendido!
—Siempre igual, ¿no me dirás que a ti también te asusta este lugar? —bromeó Silanius —¡anda, sube!

Cuando llegó arriba, a pesar de haber estado en anteriores ocasiones en aquel lugar, le llamó enormemente la atención la estrechez de la sala. Era tan pequeña y tan atestada de objetos, que las paredes parecían a punto de cernirse sobre la persona que entrase, como una trampa a punto de activarse. Crakim se movía con suma cautela, temiendo tirar algo. Pero Silanius se movía con una agilidad envidiable en su avanzada edad, y se sentó sonriente ante un pergamino sobre el que, pluma y tinta en ristre, en aquellos momentos sin duda estaría escribiendo, y Crakim supo que le había interrumpido.


Por segunda vez consecutiva no pongo el comienzo del capítulo si no este más avanzado ya que el comienzo puede ser excesivamente revelador de la trama, seguimos a la espera de edición

sábado, 19 de junio de 2010

Capítulo XVII: Que trata del encargo que el Director Supremo Dredis tenía para Sirio y Cradum

El túnel se estrechaba a medida que avanzaban. A Sirio llegó a costarle andar cargando con Cradum, pues el camino apenas tenía anchura suficiente para permitirles el paso. Al final, un arco desembocaba en unas escaleras, señalando los confines de las alcantarillas en ruinas, donde unas escaleras les condujeron hasta una sala con cuatro paredes desnudas de fría roca. La luz velada del sol era suficiente para herir los ojos de los dos compañeros, malacostumbrados a su ausencia. Sirio parpadeó efusivamente, depositó a Cradum recostado contra una pared y se asomó al exterior.
Una fina mortaja gris cubría el cielo, posándose sobre las colinas circundantes como besos de una fina sábana, ocultando la luz, contagiándoles a las personas su melancólica sinfonía de silencio.
Una patrulla pasó justo delante de él corriendo. Se trataban de unos seis guardias de Silona. Sirio reparó en que portaban una cinta amarilla enroscada en el brazo izquierdo, lo que le hizo pensar que probablemente serían partidarios de la Hermandad. Decidió ir a buscar a Cradum, y comprobó que su estado no había empeorado, pero tampoco había mejorado. Volvió a cargarlo sobre sus hombros y ambos se dirigieron a la salida. Esta vez otros cuatro guardias de Silona, sin banda amarilla, corretearon en la dirección contraria a sus homónimos, voceando y alzando sus armas como si en ello les fuera la vida. Sirio miró hacia uno y otro lados, comprobando la ausencia de peligro, y posó su pie sobre la calzada.

Era evidente que se encontraban en la zona del gremio de pescadores, si bien en la amplia calle no había ni uno solo de ellos en esos conflictivos momentos. Aún así, los cadáveres escamosos esparcidos por el suelo delataban su anterior presencia. Cradum mantenía los ojos cerrados, mientras gotas de sudor se deslizaban por su rostro hasta el suelo, ¿qué diantre le habrá ocurrido?¿Habría contraído alguna extraña enfermedad en las insalubres mazmorras? Al llegar a un cruce, Sirio observó que unos pasos adelante en una de las calles, unos veinte guardias luchaban entre sí en medio de gritos de gloria y sangre. Uno de los soldados se estrelló contra el suelo, atravesada su garganta por una espada


Esta vez no pongo el principio del capítulo ya que es muy esclarecedor respecto a la obra, es del capítulo más vanazado, continuamos sin ue se haya publicado

lunes, 31 de mayo de 2010

Capítulo XVI: El gemido de la tierra en honor al héroe caído

La mañana siguiente tardó en llegar. Ninguno de los tres compañeros fue capaz de conciliar el sueño, pues los engranajes de sus cabezas se negaban a hacer un alto. Nomir se encontraba dando vueltas en su lecho, puesto que el sol aún no se había alzado mucho sobre el cielo, cuando escuchó la voz de Cradum.
—¡Nomir! ¡Abre la puerta!
Nomir acudió raudo. Abrió y se encontró de frente contra Cradum, Sirio, la reina Tristania y el príncipe Welty, que entró como una exhalación, instando al resto a seguirle. La reina pasó con delicadeza. Su rostro ya no sonreía. Y por último detrás entró Sirio, quien echaba una última mirada por si a algún soldado le parecía que aquella visita era más extraña de lo normal.
—Joven Nomir —exclamó Welty.
Nomir reparó en que aquella mañana su estilo no era tan ostentoso, probablemente debido a que le habían sacado rápidamente de su lecho.
—En nombre de Silona te concederé la medalla al Valor tan pronto como me devuelvan mis cargos.
Nomir se quedó sin palabras, y acabó por limitarse a hacer una reverencia.
—En mi nombre también te doy las gracias, Nomir —expresó la reina con tristeza mal disimulada.
—Creí conveniente decírselo también a Welty. Creo que su apoyo podría sernos de gran utilidad —explicó Sirio. Ahora su forma de hablar, elaborada en tanto en entonación como en palabras no difería mucho de la de aquella gente.
—Pues has creído bien, amigo mío —concedió Welty —No puedo permitir una traición así en Silona, ¡debemos actuar ya!
Y se echó la mano al cinto donde llevaba la espada, como si fuese a matar a alguien allí mismo. La reina tuvo que apagar sus ánimos exaltados.
—Tranquilidad, mi príncipe —concilió Sirio —no debemos precipitarnos, debemos caminar con cautela. Al igual que yo confié en vos, vos debéis confiar en mí.


Otro capítulo más, el libro sigue sin publicarse pero vosotros tenéis aquí los comienzos del mismo

jueves, 13 de mayo de 2010

Capítulo XV: Sobre el inexplicable descubrimiento de Nomir y el movimiento de la Hermandad

Por los entramados del jardín se había encontrado con varios guardias más, pero el resultado al verle fue el mismo que había obtenido con anterioridad. No le hacían mayor caso que a una mosca que interrumpiese su visión unos zigzagueantes instantes. De repente tuvo la idea de imitar a Sirio, como en la aventura nocturna que les había relatado. Nomir se salió del camino, sin dejar de sentir la parte de él que le decía que se trataba de una locura, y se fue ocultando entre los arbustos y plantas. En una ocasión un guardia oyó un ruido y le siguió un rato, discutiendo con un compañero que por lo rauco de su voz se le antojaba grave y adusto. Para salir del recinto del palacio, no le quedó más remedio que encaminarse a la entrada del puente. Los guardas no hicieron el menor gesto de impedirle el paso, pero le miraron con extrañeza cuando salió de la espesura. Sus pisadas resonaban contra la piedra del paso empedrado hacia la ciudad. Cuando iba aproximadamente por la mitad, se frenó, pues el paisaje que tenía ante él cortaba la respiración.
La luna en forma de “C” invertida se recortaba contra la superficie del lago, donde también se reflejaban las diminutas chispas de luz, lágrimas palpitantes nómadas extraviadas de la bóveda celeste. Tal era la suavidad del espejo del agua que hasta las nubes peregrinas que pasaban cercanas a la luna eran visibles sobre su superficie, cual fantasmas negros reflejo de las pesadillas de los durmientes. Aquella noche el silencio era total. Ni siquiera había viento, que otras veces levantaba surcos sobre el líquido elemento, pues la tierra contenía la respiración hipnotizada ante tanta belleza. Más lejana, Nomir imaginaba la muralla de árboles que se encontraban a la vera del lago, elevando sus ramas hacia la noche. Pero reparó en que en aquella solitaria zona el frío cobraba intensidad, así que rápidamente dirigió sus pasos hasta la ciudad.


Sigo poniendo el comienzo de los capítulos, estamos ya en el XV y aún no sabemos fecha de edición, hay que tener paciencia.

domingo, 25 de abril de 2010

Capítulo XIV: Huéspedes de Silona

Nomir abrió los ojos y vio un techo blanco, cual si el reluciente vestido de la dama durmiente se hubiese quedado allí enganchado. Algo extraño le recordó que no se encontraba en su cama, en el tranquilo poblado de Naram. Se frotó los ojos y se incorporó, aturdido. Un vistazo a su alrededor le bastó para indicarle dónde estaba. Los rayos dorados del sol eran ahora los que se enseñoreaban de la estancia, y se colaban a raudales por la ventana, libres de todo impedimento que manos inmateriales o humanas quisiesen ponerles. Los ruiseñores y sinsontes piaban en el exterior, contentos al recibir el cálido abrazo matinal perlado de diamantinas gotas de rocío.
Una idea se abrió paso en su cabeza como una aguja azuzando su inquietud: ¡Era tardísmo! ¡Sirio le iba a matar!
Se levantó de la cama como una exhalación, sintiendo un mareo ante la brusquedad de la operación. Se vistió a trompicones. Y mientras aún estaba atándose las botas, se metió un bollo de una fuente cercana en la boca, acompañándolo con dos manzanas que introdujo en los bolsillos de sus pantalones. Al abrir precipitadamente la puerta casi se lleva a una sirvienta que probablemente le iba a servir el desayuno por delante, sólo tuvo tiempo de disculparse y de asegurarle que tenía mucha prisa.
Dos veces se perdió y dos veces preguntó dónde se encontraba el patio de armas. Cuando llegó, habían pasado dos horas desde el amanecer. El lugar de entrenamiento de la soldadesca era grande y tenía el suelo de arena batida mezclada con gravilla. Sintió la brisa pura y fresca y miró hacia arriba, una perezosa nube de algodón cubría el sol en ese momento, que al parecer también le costaba desprenderse de la caricia húmeda de sus sábanas. Un par de magos jóvenes de túnicas bandeadas de rosa y de azul bromeaban y reían mientras atendían el jardín, y observó que tras ellos se imponía un campo de coloridos pensamientos, que parecían estudiarle ceñudos y altaneros. Una vaporosa rosa roja se asomó de refilón entre el repliegue de una bocamanga de terciopelo.


El comienzo de otro capítulo mientras esperamos la publicación de la obra

domingo, 4 de abril de 2010

Capítulo XIII: La audiencia

Cradum se despertó en una confortable y mullida cama, ya apenas sentía el familiar azote del dolor. Una rápida mirada le bastó para ver que se encontraban en una habitación grande. Nomir yacía en una cama cercana, y Sirio en otra enfrente de él. Se trataba aquella de una estancia bien iluminada, abierta a los jardines con amplios ventanales, pero el cielo estaba cubierto, y una fina lluvia se despegaba de las nubes.
Estaba aún medio dormido, pero Nomir observaba el techo con los ojos bien abiertos, como si intentase descubrir entre los lechosos repliegues el sentido a su situación. Cradum le llamó, a la vez que su instinto le aconsejó reparar en que éste no estaba atado, ni Sirio tampoco.
—¡Nomir! —le saludó con una mano en alza.
—¡Vaya! —exclamó Nomir con una sincera sonrisa —veo que ya estás despierto, estamos en el hospital de Silona, Kjata nos ha salvado.
—¿Cuánto llevo dormido? —inquirió Cradum, levantándose, puesto que ya no aguantaba más en la cama.
—Casi un día, yo llevo bastante rato despierto, pero Sirio sigue dormido —dijo moviendo la cabeza en su dirección —parece éste un lugar de lo más silencioso…
En ese momento Kjata entró en la habitación con un vistoso ramo de flores y golpetazo de puerta a su espalda, desmereciendo las palabras del joven, que colocó en el jarrón de la mesa del lado de Cradum antes de que nadie tuviera tiempo de abrir la boca. El arco iris de pétalos despedía un olor que le devolvió a la mente el pueblo donde vivió tres días con Kfindir, ello le trajo un recuerdo de doble filo, doloroso y agradable a la vez. Kjata se paseaba como por su propia casa.
—¡Vaya, vaya!, os salvo y ni una palabra de agradecimiento —se quejó, parecía realmente ofendido. Cradum se fijó en que tenía el mismo desastroso aspecto que en las minas, sin siquiera haberse lavado la mugre de su ropa o cara.
—Todavía no es domingo —dijo Kjata entre dientes, cual si hubiera oído los pensamientos de los pacientes.



Seguimos a la espera de que se acabe todo el proceso anterior a la publicación que ojalá sea pronto ya que se demora mucho

martes, 16 de marzo de 2010

Capítulo XII: El Desengaño. Comienza una nueva etapa. La intrépida Alayne hace su aparición

Cuando ya llevaban recorridos unos cuantos pasos, de repente algo chocó contra Cradum. Sirio y Nomir vieron una estrafalaria chica que se encontraba en el suelo entre un revoltijo de prendas de llamativo color naranja, mientras que Cradum se disculpaba y la ayudaba a incorporarse.
—No se preocupe, señor, ha sido culpa mía —expresó ésta con aire avergonzado, un ligero rubor cubrió sus mejillas. Nomir pensó que se trataba de una comerciante cualquiera, pero pudo atisbar que Sirio no le quitaba ojo de encima, con aspecto receloso.
Tras despedirse de ella, Sirio le preguntó a Cradum, como quien no quería la cosa, si había llevado el saquillo con el oro que Alastaron les había facilitado. Cradum sonrió y metió la mano en los bolsillos de su atuendo ligero de algodón (tan cortesía de los magos como el dinero del que habían dispuesto hasta entonces) contrastando con el atuendo de cuero y seda negros que había decidido vestir Sirio, desafiando al calor. Nomir se preguntó en no pocas ocasiones cómo conseguiría no asfixiarse. De hecho a veces su piel presentaba un sospechoso tono rojizo. En estos pensamientos se hallaba inmerso el joven cuando la sonrisa de Cradum fue borrada de sopetón, a la par que un hilillo de sudor se descolgaba desde su calva, velada por un haz de asombro y comprensión.
Sirio no se paró a esperar, sino que rápidamente echó a correr en la dirección en la que la chica había escapado. Cradum y Nomir le siguieron tan pronto como se recuperaron de su estupor. Sirio pateaba como el rayo, apartando y esquivando a los transeúntes, saltando un puesto de fruta por aquí, pasando mediante una ágil voltereta debajo de un carro por allá… cuando sus compañeros se hubieron dado cuenta, su silueta era ya un retal de sombra filtrándose entre el populacho a lo lejos.
De repente llegaron a una zona densamente poblada, a una encrucijada. Sirio se quedó resoplando, mirando en todas las direcciones y separando los brazos del cuerpo en actitud indignada. Unas cincuenta varas le separarían de Cradum y Nomir, que casi le habían alcanzado cuando éste salió precipitado en alocada carrera de nuevo por la calle que se abría a su siniestra.
Cradum dobló la esquina y a tiempo estuvo de divisar un fragmento de seda negra revolotear al subir unas escaleras laterales de un edificio. Nomir le sobrepasó, pues al parecer se había dado cuenta antes, y sin pensárselo siguió con la persecución. Cuando llegaron arriba, Sirio estaba caminando sobre unos estrechos maderos que cubrían un jardín de parras, que se apiñaban contra los postes tratando de retenerlos con sus manos sarmentosas. La chica era visible ahora, corriendo callejón adelante, gracias a sus inconfundibles tonos anaranjados. Cradum saltó al primero y siguió la marcha. Nomir lo dio por imposible y decidió abandonar y dar el rodeo por las calles bajando de nuevo las escaleras.


Otro trozo más de este libro que no acaba de verse en papel

jueves, 25 de febrero de 2010

Capítulo XI: Silona despierta. A Cradum, Sirio y Nomir se les encomienda una magnífica misión

Al igual que un torrente discurre por una torrentera, las casas blancas de Tumer se desparramaban a lo largo del cauce de riachuelos que sólo cobraban vida durante una tormenta de agua que en contadas ocasiones caía, perlas en la arena, agua de caminantes vencidos y refugio insostenible.
Un águila real saludó a los viajeros con un graznido estridente.
Cradum se fijó en que las temperaturas eran más benignas, más o menos como pasar del aceite hirviendo al agua hirviendo, había dicho Nomir, al estar la aldea en una cara de la montaña donde debido a su forma hundida no pegaba el sol. El rey reluciente incluso había decidido esconderse bajo un manto de soledad y compasión, produciendo rayos de luz que rasgaban la cumbre de la montaña, que la formaba y que le daba vida propia, cautivando a los observadores.

Sirio caminaba delante, reflexionando sobre los próximos pasos a seguir. De repente frenó y señaló en dirección a un guardia que vestía un pintoresco uniforme rojo.
—La guardia silanesa —explicó lacónicamente.
Cradum y Nomir se miraron sin comprender.

Cradum era amnésico, había aparecido en una aldea como por arte de magia, y sólo recordaba fragmentos pequeños y dispares en su mente sobre su pasado, sin lograr a discernir si eran soñados o reales, hasta ahora siempre relacionados intrínsecamente con la supervivencia, nunca con su propio ser. Lo más extraño del asunto era que no lograba recordar ninguna lucha, donde demostraba precisamente sus dotes como mago, debido a que una furia fuera de las directrices normales moldeaba su alma y le empujaban a actuar, para volverse en nada tras la batalla.
En cuanto a Nomir, era un joven muchacho criado por su padre adoptivo, el posadero de un antro, según palabras del propio muchacho, que había conseguido infundir un odio vital en él hacia tal tipo de recintos, pues en él había visto todo tipo de decadencia humana, borrachos, pendencias, hurtos… y todo eso a pesar de que Naram tenía fama de pueblo tranquilo. Quitando lo dicho, no podía dejar de reconocer que la posada también tenía sus aspectos positivos, como eran las tardes que se pasaban los amigos disfrutando de su sincera camaradería.

Continuamos a la espera de que tome nuevo impulso, así lo ha afirmado la editora, la edición del libro, por lo demás seguimos con los comienzos de los capítulos en el blog

domingo, 7 de febrero de 2010

Capítulo X: Intereses perdidos

Cradum despertó asustado, solo, frío, vacío, una paz infinita, un agua que aliviaba su sed, una panacea del espíritu, así se sentía tras los recientes hechos acaecidos.
Se apercibió de quién era y de su lugar en el mundo, las nieblas que entumecían su cabeza fueron disipadas por un huracán y pudo darse cuenta de dónde se encontraba. Estaba acostado sobre un colchón mullido, ¡no!, sobre una capa de hierba, ¡tampoco!, se dio cuenta de que estaba sobre arena y grava, y a su alrededor: sólo roca desnuda y agrietada saludaba su despertar.
—¡Cradum! —dijo una voz que deslumbraba de puro contento —¡has despertado!
—Um, sí, bueno, ¿y qué espera...¡ay! —se llevó una mano a la cabeza.
Alguien le quitó la mano de lo que le pareció por el tacto una venda.
—No toques ahí, has sufrido una gran herida, ¡pero como siempre el gran Cradum ha salido vivo!
—¡No me digas! —exclamó mientras se incorporaba.
Nomir se erguía ante él, como ya sabía. Yermas montañas se extendían a su alrededor, castigadas por un terrible juez, el sol, que no permitía crecer ni una brizna de hierba, y que caldeaba el aire. Entonces notó el intenso calor, matizado por su manera de sudar profusamente.
—¿Dónde estamos? —inquirió mirando al paisaje con ojos entrecerrados.
Nomir se sentó a su lado.
—Seguimos en el macizo de Khalkist, sólo que ahora estamos cerca del desierto de La Muerte Tranquila. Las montañas actúan como barrera para la humedad, creando un desierto al otro lado. Pero todavía tenemos que atravesar esa montaña de ahí, dijo señalando con el índice hacia una gran mole gris de cuya cima se desprendían manojos de polvo beis —para alcanzar un poblado.
—¿Cómo sabes todo eso? ¿Si nunca has salido del pueblo? —bromeó Cradum, como venía siendo de costumbre.
—Fácil, Sirio me lo dijo —concluyó, tumbándose bajo una especie de oquedad en la roca que daba sombra, justo en el lugar donde habían instalado a Cradum.
—¿Dónde está?
—Allí —contestó señalando una pendiente, admirando el panorama.


Seguimos leyendo el comienzo de cada capítulo, a la espera de noticias de la editorial que no acaba de sacarlo, ya se que las cosas dwe palacio van despacio, pero se está haciendo eterna esta espera

jueves, 21 de enero de 2010

Capítulo IX: Sobre la apasionante e increíble historia que acontece al grupo en el paso entre Peña Ubiña y Candemuelas

Un mes había pasado desde que Cradum y Nomir acordaran quedarse con Sirio. Kjata, como Sirio había predicho, no se dejó ver en todo ese tiempo, mientras que Nomir desarrollaba rápidamente sus habilidades con la espada bajo su tutela. El propio maestro veía cómo su alumno se iba aproximando a él día a día. El estilo de lucha, llamado taetsu, consistía en utilizar dos espadas, la más larga se empuñaba con la mano derecha del espadachín y la más pequeña con la izquierda, siendo preferible esta combinación y no al revés porque la mayoría de los enemigos que blandieran un arma serían diestros. A medida que se iba dominando el arte se hacía posible empuñar las espadas a la inversa, dándole prioridad al ataque. Pero aquel asunto aún estaba lejos del alcance del joven aprendiz.

Cradum, por su parte, se dedicó a la meditación, pasaba largas horas tumbado con la mirada fija en el cielo, o bien subía a un pico y contemplaba extendidamente el paisaje. La falta de acción hacía mella en su espíritu inquieto. Pero la modorra que le había atenazado aquellos días se había disipado cuando Sirio expuso sus planes para partir aquella misma mañana. Deberían alcanzar y atravesar el paso entre Peña Ubiña y Candemuelas mediada la tarde, para pasar la noche al otro lado. Esa jornada sería muy dura, sin lugar a dudas, y haría mucho frío.
Como fantasmas silenciosos, unas nubes algodonadas teñidas de rojo flotaban en el vacío, proyectando espectrales sombras, el sol estaba asomándose tímidamente al mundo.
Cradum sintió un aire frío nada más salir de la cabaña, heraldo de la gelidez que les esperaba, proveniente de un hielo profundo, localizado allá donde los pensamientos se perdían, donde el día tan sólo se vislumbraba, donde la vida era tabú, donde la hierba había dejado de existir, donde se escondían las tinieblas.
Sirio ya se encontraba preparado desde que la luna había alcanzado su cenit, se encontraba en un promontorio elevado, mirando al frente, con el pañuelo negro en la cabeza y con los ropajes también negros ondeando al viento en desgarradas vitelas de oscuridad, parecía el cabecilla de aquella confabulación abismal.
Nomir se sentía exultante, ese día podría poner a prueba lo aprendido, confiaba en que les asaltasen unos ladrones, alguna criatura salvaje, e incluso Kjata, aunque era probable que ya no estuviera por allí. Tanto él como Cradum le habían hecho caso a Sirio y no habían roto la intimidad de su campamento, y como Sirio había prometido no los atacó, si bien a nadie pasó desapercibido que éste se había asegurado de dormir siempre junto a una de sus espadas ya desenvainada.


No acaba de estar el libro para su salida, pero sigo poniendo los comienzos de los capítulos, Peña Ubiña existe en el concejo de Aller y es una licencia que se permite el autor, Candemuelas también que está en León

domingo, 3 de enero de 2010

Capítulo VIII: Del General Crakim y su regreso a Démini

Dos figuras cabizbajas habían alcanzado Démini hacia la madrugada, con nadie se habían cruzado en las calles de aquella onerosa ciudad, excepto con un perro vagabundo y dos gatos solitarios. Era peligroso caminar por sus calles a esas horas, Crakim lo sabía, pero no le dio importancia, el caso era que había fallado, y no podía darle la vuelta, había dejado escapar a su objetivo.
Crakim había servido en el ejército de la ciudad desde que tenía memoria. Nunca se le facilitó información acerca de sus progenitores, sólo se le dijo que el emperador Beric, el primero de su nombre y padre de Faric, había solicitado el primer hijo varón de cada familia para criarlo y cubrir futuras demandas de soldados, puesto que las fuerzas de la ciudad habían quedado muy mermadas tras la Guerra de la Sucesión contra Valya. El nombre vino debido a que el Gran Maestre Eleossar II murió por causas desconocidas, y su hijo, el Gran Maestre Eleossar, el tercero de su nombre, ascendió al trono sucediéndole, y baste decir que su política era de total hostilidad contra el Imperio humano vecino: Démini. Y desde que había subido al trono, hacía unas tres decenas de años, no habían cesado las trifulcas fronterizas, ni tampoco las incursiones, como si el Gran Maestre tantease con dedos afilados, buscándole las cosquillas a Démini.
La Guerra de la Sucesión contó con una gran batalla de la que ambos bandos salieron diezmados. Unas lluvias torrenciales como no se habían visto en siglos anegaron los campos de batalla. Los carros se hundían, los caballos avanzaban muy lentamente, la pólvora se humedecía, las máquinas de guerra se hundían en los cenagales, la infantería apenas veía lo que tenía delante… Y tras ello vinieron unos años de calma durante los que las dos naciones aguardaron para recuperarse de sus heridas.

Continuamos leyendo el comienzo de cada capítulo