sábado, 16 de octubre de 2010

Capítulo XXIII: Que trata de las aventuras que acontecen a Sirio y a Cradum tras escapar de Silona y de otras grandes historias dignas de ser relatada

Sirio y Cradum aparecieron a un puñado de leguas al Este de la ciudad de Silona. El resultado fue similar al que se tendría atravesando un espejo fino, de ser posible tal proeza, viéndose de golpe y porrazo sumergidos en el mundo tras sus cortinas. Las montañas cenicientas de la Sierra Gris eran perfectamente visibles desde su posición. No eran tan imponentes como las nevadas montañas de la cordillera de Khalkist, pero aún así se veían como gigantescos colosos verdes rematados por despobladas peñas del color que les daba nombre. Tenían ante sí unas bonitas llanuras salpicadas de colinas y monte bajo. Los árboles caducos crecían en grupos en los taludes y huecos entre las elevaciones. Los jilgueros entonaban su cántico y el sol les calentaba, aunque la brisa era más fría de lo que recordaban de su estancia en la capital, heraldo del otoño incipiente. El cielo era azul y escasas nubes se apilaban lejanas por encima de la Sierra Gris, pero la luminosidad era menor que en aquellos días de pleno verano en los que se habían paseado por las calles de Silona, en los que habían caminado al lado de Nomir.
Tras ponerse discutir brevemente el camino a seguir, tarea harto sencilla, puesto que Dredis había tenido el detalle de dejarlos exactamente sobre el propio camino, ambos se enfrascaron en un asombroso mutismo mientras se dirigían hacia el Este, Sirio encabezando la marcha. Nadie tenía ganas de hablar, incluso el otrora optimista Cradum había mudado su jovialidad por un hálito de amargor

Para Cradum la situación se recrudecía, puesto que se dirigía hacia un destino que no estaba seguro de querer desvelar. Para Sirio el asunto tampoco era baladí, pues la misión que le había encomendado Dredis le acercaba a las cadenas de las cuales había huido, a un lugar para siempre maldito en su pensamiento.
No se podría decir con facilidad cuántas horas caminaron de esta guisa, mas debieron de ser muchas, puesto que el sol comenzaba a descender en el horizonte, cegándolos con sus rayos cobrizos como cabello de ángel cuando se volvían para mirar a sus espaldas, vigilantes por si divisaban a alguna tropa silanesa que hubiera partido en su busca


Ahora no solemnete está parado el libro si no la propia editorial. aquí tenemos el comienzo de un capítulo más