martes, 6 de julio de 2010

Capítulo XVIII: Démini rompe su letargo

Sus oficinas se encontraban en la planta más alta del castillo, en una zona solitaria. Silanius prefería la tranquilidad de ese departamento para llevar a cabo sus tareas de Administración del Imperio. En aquella temprana parte del día, la luz era escasa y toda la zona se encontraba sumida en la penumbra. Por la noche, la situación empeoraba notablemente, y era necesario portar una antorcha, pues ninguna se instalaba en las paredes de aquellas solitarias dependencias. El frío y la soledad pondrían los nervios a flor de piel del más avezado guerrero. Sin embargo, a Barem Silanius parecía no importarle, y no era infrecuente hallarlo sumido en sus deberes amparado en la luz de las velas y los candelabros, con sus anteojos puestos, su pipa humeante a su lado, y el velo de la oscuridad, cuyo silencio sólo se quebraba por el sonido de hojas revueltas y por los arañazos de las alimañas nocturnas.
Sus pasos resonaban en la roca vacía del pasillo que recorría. Cuando se detuvo ante la puerta, no fue necesario usar el tirador, esta se encontraba abierta de par en par, pues tan holgada era la quietud de los alrededores.
Crakim entró y se encontró ante una sala de considerable tamaño plagada de estanterías, libros, papeles en aparente desorden, telarañas, polvo, olor a cera y cuero viejo, y unas escaleras que llevaban a una buhardilla superior. Al no hallar allí abajo a Silanius, decidió mirar en la buhardilla. Ascendió con paso vacilante sobre unos escalones cuyos huesos crujían a cada paso, amenazando con venirse abajo en cualquier momento dando una desagradable sorpresa al caminante solitario.

Justo antes de alcanzar el piso superior, una cabeza se asomó por la trampilla.
—¡Crakim! —indicó Silanius, aparentando estar alarmado mientras agitaba un bastón —¡por Takami!, ¿quieres matarme de un susto? ¿A qué viene colarte aquí como los ladrones?
—El susto me los has dado tú a mi —rió Crakim —si no trabajases en un sitio tan recóndito no me haría falta entrar aquí. ¡Si da miedo hasta hablar, por si acaso el silencio se sintiese ofendido!
—Siempre igual, ¿no me dirás que a ti también te asusta este lugar? —bromeó Silanius —¡anda, sube!

Cuando llegó arriba, a pesar de haber estado en anteriores ocasiones en aquel lugar, le llamó enormemente la atención la estrechez de la sala. Era tan pequeña y tan atestada de objetos, que las paredes parecían a punto de cernirse sobre la persona que entrase, como una trampa a punto de activarse. Crakim se movía con suma cautela, temiendo tirar algo. Pero Silanius se movía con una agilidad envidiable en su avanzada edad, y se sentó sonriente ante un pergamino sobre el que, pluma y tinta en ristre, en aquellos momentos sin duda estaría escribiendo, y Crakim supo que le había interrumpido.


Por segunda vez consecutiva no pongo el comienzo del capítulo si no este más avanzado ya que el comienzo puede ser excesivamente revelador de la trama, seguimos a la espera de edición

No hay comentarios: