lunes, 27 de septiembre de 2010

Capítulo XXII: La montaña Soledad, escenario de secretos y traiciones

Cabalgó toda la noche.
Al poco rato del amanecer se cruzó con el caballo de Negor y Kyrie, que avanzaba trotando con tranquilidad. Alastaron se dirigió hacia él y desde su misma montura le agarró de las riendas obligándolo a detenerse.
—Tranquilo amigo, ¿adónde vas tan deprisa? —dijo mientras acariciaba al animal —tenemos que recuperar a nuestros compañeros —continuó mientras dirigía su mirada hacia lo alto de la montaña Soledad, amenazadora mole de roca negra clavada en la tierra.
Instantes más adelante percibió una sensación rara en el ambiente, una sensación similar a la causada por un leve temor súbito e irracional, como el que se podía tener cuando se padecía un extraño sueño. Alastaron posó sus pies en tierra y caminó unos pasos. Una leve arenilla blanca era arrastrada por el viento. Tomó un pequeño puñado y lo olisqueó, para lanzarlo con una maldición instantes después. Aquello olía a arte oscuro, olía a nigromancia.

Cuando Alas llegó a la base de aquella roca gigantesca, le sorprendieron las extrañas rocas que se esparcían sobre el terreno. Eran negras, irregulares, de una textura tal que parecía como si hubiesen sido extraídas de un horno hirviendo antes de solidificarse, como gritos lastimeros de la montaña.
No le costó mucho averiguar el camino que habían seguido sus compañeros. Tras atar a las monturas a la base de una roca chamuscada, conjuró una esfera de luz como había hecho su alumno, que flotó medrosa a su alrededor. ¿En qué estaba pensando Negor? ¿Acaso había perdido la cabeza? ¿No era consciente del peligro que entrañaba para Kyrie y para el propio mundo el llevarla hasta allí?

Cuando resurgió de las profundidades de la roca, una intensa lluvia se cernía sobre él. Su túnica no tardó en empaparse colgando pesada sobre sus hombros, mientras que su capucha se le pegaba sobre la cara, obstruyéndole la visión. Decidió echársela hacia atrás porque ya no podría estar más mojado. Sentía como si llevase un océano en cada bota, los arroyuelos caían desde las alturas arrastrando piedra y barro gris. En ocasiones se hacía difícil averiguar por dónde continuaba el camino.
Cuando ya llevaba un buen rato de ascenso, un vendaval que una persona normal no hubiera apreciado le sacudió, casi tirándolo al suelo de la sorpresa. Alastaron desvió su mirada al instante hacia la cima: dos fuerzas mágicas habían hecho acto de presencia.



Ahora y debido a procesos de reestructuración editoriales se demora la pùblicación del libro que ya estaba demorada, otro comienzo de capítulo os dejo aquí

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