sábado, 23 de mayo de 2020

Publicado "Heraldo De La Eternidad"

Se ha publicado la historia a la que se refiere este blog, personajes que cobran vida en nuestro interior gracias a grandes descripciones y maravillosas personalidades, paisajes que se acercan a lo poético y perfectamente descritos, trama bella e interesante.

La editorial Lulu se encarga de la edición, se puede ver en Lulu.com, donde está "Heraldo de la Eternidad" con sus cuatro volúmenes:


1- "Más Allá De Las Montañas"


2- "Aquellos Caminos"


3- "El Llanto De La Fortaleza"


4- "Niebla Sobre Tierra"


Se vende en Amazon también


En este enlace puedes encontrarles:


https://www.lulu.com/shop/search.ep?keyWords=joseph+m.+lamb&type=



jueves, 25 de noviembre de 2010

Capítulo XXV: Un alma es despedida con oraciones y lamentos

Erik avanzaba en la vanguardia. Esa mañana habían rebasado el eje del Macizo de la Nieve Eterna por su región más occidental, donde su altura era menor y los pasos estaban transitables hasta en lo más crudo del invierno. El océano rugía por debajo de los pronunciados acantilados en mares de espuma y fulgor blanco, exigiendo justicia a la dura roca, golpeada por siglos de humildad y remisión. Una ventisca había caído, fría incluso para principios del otoño. El granizo y el aguanieve se colaban entre los ojos de forma intermitente. Nubes grises de furia y lamentos de la naturaleza amenazaban con descargar su magnificencia contra el mundo. Una capa de nieve a medio derretir cubrió el suelo, como si se tratase de una capa de harina espolvoreada. Las margaritas morían bajo la voluntad del heraldo del invierno. Una tierra tan antigua como las estrellas, una tierra más antigua que la luz del sol.
Erik sabía que su destino, la pequeña aldea de Tilremnist, no se encontraba lejos. Se trataba de la más nórdica en el Oeste de Bardana.
Se desviaron tierra adentro. Los árboles caducos les abrazaron con ramas desnudas y retorcidas. Un lobo aulló en los picos lejanos al tiempo que un precioso lago reflejaba la nieve recién caída que se había posado sobre un pico cercano, aparecido tras un desgarrón en la tormenta.
Teller observaba sin cesar a los prisioneros que llevaban atados de pies y manos, amordazadas las bocas y ciegos los ojos por cintas de oscura tela negra. No podía dejar de pensar en el destino que su impasible hermano les tenía deparado. Eran sujetados como fardos de carga por tres hombres de larga pelambrera y barba trenzadas, estilo de los hombres de Bardana. Un cuerno resonó lúgubre en lo alto de una cima. Las nubes volvían a cubrir el cielo de maldiciones silenciosas, mientras un águila real se escondía entre los peñascos.

Ya hace dos años que la editorial dijo que se iba a publicar este libro pero aún no lo ha hecho,este capítulo XXV es el último de este libro, el autor ya tiene un segundo registrado y está trabajando en otro más, esperemos que no se demore mucho más su publicación

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Capítulo XXIV: Valya, dudas y traiciones

El Gran Maestre Eleossar III se hallaba sentado en su trono de la fortaleza de Valyndhal. Sus nudillos golpeteaban impacientes en el reposabrazos metálico mientras descansaba su cabeza sobre su palma abierta. Sus piernas se encontraban cruzadas, su larga y plateada pelambrera llovía sobre sus hombros mientras interrogaba con sonrisa astuta a sus comendadores.
Se encontraban en una gran sala rectangular, plagada de intrincados tapices, columnas y arcos tallados al detalle con enredaderas y flores diversas. El trono de alto respaldo, de unos tres hombres de altura, estaba guarecido bajo un gran estandarte que colgaba desde el techo, estrecho, largo y rematado en V. Un estandarte que mostraba una bella composición de espinos verdes y lirios negros que enmarcaban a una homóloga flor, también negra, grande y vistosa en el centro. Una cruz roja como la sangre se materializaba detrás de esta corona de flores, consistente en dos delgadas líneas, sencilla y elegante, pero fuerte en su simpleza.
Un oficial ataviado con una armadura negra que sujetaba un monstruoso yelmo se encontraba arrodillado cercano a los escalones que llevaban al trono. Su larga pelambrera caía casi hasta el suelo, oscureciéndole el rostro. Su compañero, más estilizado y esbelto, de facciones agudas y de pelo corto y negro, se hallaba a su lado, también arrodillado sobre una pierna, mostrando respeto.
El silencio era sólo roto por el repiqueteo de Eleossar III.
—Está bien, Alexander, ¡buen trabajo! —premió Eleossar sin demasiado ímpetu, entrelazando sus manos —puedes retirarte. Mañana partirás para cumplir con tus nuevas órdenes.
—Así lo haré, su Majestad —dijo el individuo de la llamativa armadura —se incorporó, realizó una profunda reverencia, se cruzó y se dirigió con pasos disciplinados hasta la puerta de madera tallada. Un guardia le abrió permitiéndole el paso.


Otro comienzo de capítulo y más días sin saber cuando se editará el libro, la espera desespera

sábado, 16 de octubre de 2010

Capítulo XXIII: Que trata de las aventuras que acontecen a Sirio y a Cradum tras escapar de Silona y de otras grandes historias dignas de ser relatada

Sirio y Cradum aparecieron a un puñado de leguas al Este de la ciudad de Silona. El resultado fue similar al que se tendría atravesando un espejo fino, de ser posible tal proeza, viéndose de golpe y porrazo sumergidos en el mundo tras sus cortinas. Las montañas cenicientas de la Sierra Gris eran perfectamente visibles desde su posición. No eran tan imponentes como las nevadas montañas de la cordillera de Khalkist, pero aún así se veían como gigantescos colosos verdes rematados por despobladas peñas del color que les daba nombre. Tenían ante sí unas bonitas llanuras salpicadas de colinas y monte bajo. Los árboles caducos crecían en grupos en los taludes y huecos entre las elevaciones. Los jilgueros entonaban su cántico y el sol les calentaba, aunque la brisa era más fría de lo que recordaban de su estancia en la capital, heraldo del otoño incipiente. El cielo era azul y escasas nubes se apilaban lejanas por encima de la Sierra Gris, pero la luminosidad era menor que en aquellos días de pleno verano en los que se habían paseado por las calles de Silona, en los que habían caminado al lado de Nomir.
Tras ponerse discutir brevemente el camino a seguir, tarea harto sencilla, puesto que Dredis había tenido el detalle de dejarlos exactamente sobre el propio camino, ambos se enfrascaron en un asombroso mutismo mientras se dirigían hacia el Este, Sirio encabezando la marcha. Nadie tenía ganas de hablar, incluso el otrora optimista Cradum había mudado su jovialidad por un hálito de amargor

Para Cradum la situación se recrudecía, puesto que se dirigía hacia un destino que no estaba seguro de querer desvelar. Para Sirio el asunto tampoco era baladí, pues la misión que le había encomendado Dredis le acercaba a las cadenas de las cuales había huido, a un lugar para siempre maldito en su pensamiento.
No se podría decir con facilidad cuántas horas caminaron de esta guisa, mas debieron de ser muchas, puesto que el sol comenzaba a descender en el horizonte, cegándolos con sus rayos cobrizos como cabello de ángel cuando se volvían para mirar a sus espaldas, vigilantes por si divisaban a alguna tropa silanesa que hubiera partido en su busca


Ahora no solemnete está parado el libro si no la propia editorial. aquí tenemos el comienzo de un capítulo más

lunes, 27 de septiembre de 2010

Capítulo XXII: La montaña Soledad, escenario de secretos y traiciones

Cabalgó toda la noche.
Al poco rato del amanecer se cruzó con el caballo de Negor y Kyrie, que avanzaba trotando con tranquilidad. Alastaron se dirigió hacia él y desde su misma montura le agarró de las riendas obligándolo a detenerse.
—Tranquilo amigo, ¿adónde vas tan deprisa? —dijo mientras acariciaba al animal —tenemos que recuperar a nuestros compañeros —continuó mientras dirigía su mirada hacia lo alto de la montaña Soledad, amenazadora mole de roca negra clavada en la tierra.
Instantes más adelante percibió una sensación rara en el ambiente, una sensación similar a la causada por un leve temor súbito e irracional, como el que se podía tener cuando se padecía un extraño sueño. Alastaron posó sus pies en tierra y caminó unos pasos. Una leve arenilla blanca era arrastrada por el viento. Tomó un pequeño puñado y lo olisqueó, para lanzarlo con una maldición instantes después. Aquello olía a arte oscuro, olía a nigromancia.

Cuando Alas llegó a la base de aquella roca gigantesca, le sorprendieron las extrañas rocas que se esparcían sobre el terreno. Eran negras, irregulares, de una textura tal que parecía como si hubiesen sido extraídas de un horno hirviendo antes de solidificarse, como gritos lastimeros de la montaña.
No le costó mucho averiguar el camino que habían seguido sus compañeros. Tras atar a las monturas a la base de una roca chamuscada, conjuró una esfera de luz como había hecho su alumno, que flotó medrosa a su alrededor. ¿En qué estaba pensando Negor? ¿Acaso había perdido la cabeza? ¿No era consciente del peligro que entrañaba para Kyrie y para el propio mundo el llevarla hasta allí?

Cuando resurgió de las profundidades de la roca, una intensa lluvia se cernía sobre él. Su túnica no tardó en empaparse colgando pesada sobre sus hombros, mientras que su capucha se le pegaba sobre la cara, obstruyéndole la visión. Decidió echársela hacia atrás porque ya no podría estar más mojado. Sentía como si llevase un océano en cada bota, los arroyuelos caían desde las alturas arrastrando piedra y barro gris. En ocasiones se hacía difícil averiguar por dónde continuaba el camino.
Cuando ya llevaba un buen rato de ascenso, un vendaval que una persona normal no hubiera apreciado le sacudió, casi tirándolo al suelo de la sorpresa. Alastaron desvió su mirada al instante hacia la cima: dos fuerzas mágicas habían hecho acto de presencia.



Ahora y debido a procesos de reestructuración editoriales se demora la pùblicación del libro que ya estaba demorada, otro comienzo de capítulo os dejo aquí

jueves, 9 de septiembre de 2010

Capítulo XXI: La dama del vestido de noche

Negor y Alas recuperaban el resuello contemplando la entrada del bosque cerrarse del todo mientras briznas de hierba revoloteaban alrededor. Una lechuza ululó en el interior de la maraña de árboles.
—¡No lo entiendo! —bramó Alas escupiendo pedazos de hierba y sacudiéndose la cabeza de ramitas —todo ha ido bien hasta la recta final. Me pregunto qué habrá en este bosque, qué enorme secreto esconderá y por qué motivo se ha vuelto en nuestra contra.
Negor recordó el libro que había robado. ¿Sería posible que…?¿y la lechuza que habían encontrado?¿entonces el oso era…?¡no!, era totalmente imposible, se obligó a desechar aquella endiablada idea. Pero esos escrutadores ojos que le habían dejado sin aliento… esos ojos que habían recolectado el conocimiento de los árboles y de los secretos que se agazapaban bajo el silencio del denso dosel de palabras caducas, en lo más recóndito de las guaridas del bosque, allí donde moraban fantasmas decrépitos…
—¡No lo entiendo! —reiteró enfadado Alas mientras adecentaba bruscamente a Kyrie, rompiendo los pensamientos de su alumno —en cualquier caso será mejor que nos alejemos lo máximo posible de aquí antes de que caiga la noche —se llevó dos dedos a la boca y silbó —bueno, espero que el hechizo haga efecto y que nuestros caballos regresen pronto ¡adelante!



La publicación de este lbro es como el cuento de la buena pipa, si peor no se acaba de producir, sigo dejándoos el comienzo de los capítulos

miércoles, 18 de agosto de 2010

Capítulo XX: Tres Figuras Caminan hacia el Sur

“La tarde muere, la triste conciencia se esconde, recuerdos no vividos surcan la ambición arrastrados por el viento, la tranquilidad infame embargaba a un alma escondida en lo más recóndito de mi espíritu.
La luz atenuada clareaba mi ego, ojos entrecerrados, calor en mi piel, imágenes de tiempos pasados atacaban mi mente todos a la vez, tratando de volver a vivirse, sin éxito. La ancha llanura, la hierba seca de verano, un olor a tierra seca, un ir que nunca fue y una eternidad finalizada. La monotonía de aquellos parajes era relajante, parecía que el tiempo se hubiese detenido, y que allí estaba yo en medio de un cuadro condenado a no ser contemplado.
Podía ver alguna encina dispersa, como si de guardianes de madera se tratasen, vigilando aquellos solitarios parajes. Una colina de suave pendiente cobraba forma delante de mí, coronada por un cielo de un intenso azul claro. En esos momentos pensé que me gustaría quedarme allí, no sólo unos días sino una o varias eternidades. En efecto una buena temporada de reflexión me permitiría atar mis ideas, puesto que el mundo se abalanza sobre mí, no sé quién soy, y he olvidado a dónde voy.
Antes la magia era mi única amiga, el estudio en mi acogedor rincón lleno de libros, esas noches que me pasaba leyendo por placer o perfeccionando algún conjuro, ese vaso de cerveza que bebía observando por el ventanuco al exterior. Recuerdo el castaño que crecía fuera, primer peldaño del bosque que se extendía más allá. Divisaba la difuminada pero intensa luz de las casas del pueblo apagarse, sentía el olor a cera de las velas que me iluminaban y respiraba el agradable olor a papel húmedo de los sitios cerrados; y después del breve refrigerio continuaba mi labor hasta avanzadas horas de la noche. Aquello era lo único para lo que vivía ¡cómo anhelo mi tierra!, y sin embargo cómo la odio, me da la sensación de que nunca volverá a ser lo que era. Pero lo que es seguro, es que nunca mientras viva dejaré de sentir la atracción que el sitio donde crecí ejerce sobre mí, y que aprovecharé cada remanso que se presente en mi vida para entregarme en sus sabios brazos, y que así ha de ser y será hasta que mi mundo me sea arrebatado.


Otro comienzo de capítulo y más días sin publicarse el libro, se hace eterna la espera